Si es tanto lo que duele vivir acompañada del ruido del tacón, de sus medias caladas o de su minifalda marrón ¿Por qué levantar la vista, esperando que el próximo coche traiga de rescate un príncipe azul? Si hoy solo vive entre páginas rotas, lamentando una derrota poco a poco, gota a gota.
Transitando un camino sin destino, con un escenario vacío y una meta a la deriva. Su estómago no quiere comida, sus pies no conocen la monotonía. Sólo se deja observar, una figura nocturna al pasar: Casi natural, casi celestial.
Y cuando llega el momento del show, solo puede dar otra sonrisa cansada, para adentrarse en el mundo de la desesperación, donde en Dios no existe perdón y el diablo espera cobrar la jugada. Entregar su arma de vida a un viajero que no tiene edad, religión o lugar. Vender su saber y su talento a cambio de un bolsillo lleno, regalar sus alas de ángel y un viaje al mismo cielo, actuando un anhelo que nunca existió. La boca que grita palabras falsas, los ojos ciegos de ver oscuridad, los oídos sordos de escuchar sus propias mentiras. Desnuda al pasado y besando con frialdad el presente, mientras en su cuerpo ya no queda rastro de ternura, solo huellas de amargura y un pedazo de ilusión.
Sólo la luna es testigo de sus miserias, sólo ella sabe de sus lágrimas negras, que ruedan en silencio sobre sus mejillas serias. Cuenta sobre la mesa el resultado de cada amanecer, como creyendo que algún papel verde le dará promesas de padre, abrazos de madre o desayuno sin ron. Consumiendo cada tubo blanco del cartón, inhalando indecencia, exhalando desesperanza, perdiendo arrogancia junto al resto del brillo que abundaba en su mirar. La melodía que le robo el corazón le enseñó que en infierno no hay compasión. Que los arañazos al alma que desesperaron sus uñas rojas sólo dejan de doler, cuando la almohada le ilusiona un calor que entibia sus piernas de mujer.